El jardín. Bananas Street (IV)

25/09/2020 Desactivado Por Anna Val

Después de la huracanada entrada y posterior salida de aquella mujer cuya visita me dejó exhausta, un plomizo silencio invadió el interior del estudio mientras aquel escritor observaba con mucho detenimiento, uno de mis cuadros.

Tal vez, la incomodidad por aquel ruidoso mutismo, le forzara a observar una pintura que, en realidad, nada le importaba. Y, sinceramente, en esos precisos momentos mi único interés era saber de qué se conocían aquellos dos…

¿Anónimo?… ¿Por qué le llamó Anónimo?

Me acerqué lentamente a su lado y, muy despacio, le susurré aquella pregunta:

– ¿Le gusta?… – él movió la cabeza de manera pausada, me miró, y sus calmadas palabras se deslizaron de su boca para sorprenderme -.

– Es raro… Y sí, me atrae.

– ¿Se siente atraído por este óleo?

– No entiendo nada de arte, tan solo puedo decirle que me siento atraído por esta pintura. Ya se sabe, a mi edad todo se complica.

– ¡Ah! Claro… – mis ojos se quedaron perplejos ante aquella peculiar respuesta -.

Poco a poco, una extraña e invisible calidez se iba tejiendo entre nosotros dos, empujándonos a averiguar quiénes éramos en realidad.

– He de confesarle que usted me produce una curiosidad infinita – le manifesté -.

– A mí me pasa lo mismo… Llevo toda la vida intentando averiguar quién soy y el único conocimiento certero que tengo, es que soy escritor, porque escribo libros. Cuando no escribo… me siento un completo desconocido de mí mismo.

– Le comprendo… ¿Vive en París?

– Hace muchos años cuando yo era joven y además era feliz, residía en este viejo edificio y sin ascensor.

La nostalgia me obliga a regresar de vez en cuando para recordar, que yo, hace tiempo, fui un escritor, pobre, pero feliz.

Subsistía escribiendo breves relatos y los editaba en este mismo local, cuando era una editorial clandestina dirigida por una espía rusa que se hacía pasar por editora…

Eran relatos imposibles de leer y comprender, pero afortunadamente, en la clandestinidad, todo vale.

Cuando regresas nuevamente al cruel presente, te entristece comprobar que el maldito paso del tiempo todo lo enmaraña.

Pues ahora, en las entrañas de esta vieja construcción, se ubica un moderno ascensor que profana el encanto de toda una vida anterior, y aquella vieja editorial despareció para siempre, clandestinamente, para convertirse en un invisible estudio de arte.

Como ve, la vida arrasa con todo y uno debe agarrarse con fuerza para que no le arrastre a un abismo desconocido…

Continuará…


Anna Val.