El jardín. Bananas Street (I)

05/09/2020 Desactivado Por Anna Val

He de admitir que mi vida ha sido y es, un tanto peculiar. Cuando crees que ya nada puede sorprenderte, un nuevo giro insólito viene a visitarte.

Me pasaba las horas pintando en mi pequeño taller artístico ubicado en el barrio de Montparnasse y, a pesar de no comprender inicialmente nada de lo que pintaba, tras realizar aquellos extraños trazos sobre los empobrecidos lienzos de color blanco infinito, estos, sorprendentemente, y después de mirarlos un largo rato manteniendo con ellos una cómplice y silenciosa conversación, se transformaban de manera mágica en extraordinarias figuras. Cobrando vida propia y con una fuerte personalidad.

Una vez terminados, los colocaba de manera delicada y ordenada sobre un pequeño mostrador de madera envejecida, cercano a la ventana. De esta forma, podían ser observados sin ninguna dificultad por los atolondrados transeúntes, que, a pesar de no prestarles mucha atención, alguno tenía la gentileza de pararse, sonreír, entrar y comprar. Algo que yo agradecía profundamente también, con la mejor de mis sonrisas…

No eran ventas exitosas, pero me permitían llevar una vida con una cierta dignidad.

Un día, uno de estos transeúntes se paró delante de la ventana. Era alto, de metro ochenta y vestía gabardina oscura. Alrededor de su cuello llevaba enroscada una bufanda gris de lana.

Observaba los cuadros con la mirada perdida, pensativo y muy serio. Aquello me sorprendió, pues no era el perfil habitual de persona al que estaba acostumbrada a ver diariamente en mi taller.

Parecía absorto en sus pensamientos, sin prestar atención a nada de lo que ocurría a su alrededor… Y, pasados unos minutos, de forma pausada, se puso las manos en los bolsillos de su gabardina y se fue.

Aquel hombre me dejó muy intrigada. Incluso llegué a pensar que tal vez la vida se había decido, por fin, a ser generosa conmigo y que aquella misteriosa figura fuese en realidad un marchante de arte que, atraído por la belleza de mis cuadros y el peculiar estilo de mis dibujos, quisiera hacerme alguna proposición comercial. Pero que, debido a su timidez, no se decidió a entrar… Era un señor mayor…

Otra posibilidad, podría ser, que aquel hombre misterioso, estuviese obligado a vivir en soledad…

No quise darle más vueltas y seguí con mi vida de trazos imposibles.

Continuará…


Anna Val.