Ese gran asesino llamado tiempo (III)

16/05/2020 Desactivado Por Anna Val

Comprendí por aquellos rostros de asombro, que aquellos tres seres tampoco les apetecía nada volver a verme. Es más, sus miradas dilatadas, delataban un vértigo de terror. Mi presencia les incomodaba. A mí, me incomodaba su existencia…

Les ignoré por completo, y me dirigí de manera tajante a colocar mi pequeño maletín de cartón en el altillo para el equipaje. Debía ubicarme y no dudé en darle un fuerte pisotón a aquella anciana, cuyo aspecto era tan anciano, que más que una anciana, parecía una reliquia momificada.

 Aquel intencionado pisotón, provocó que ella emitiera unos extraños ruidos desde los más profundo de su alma, a la vez que daba un gran salto.

Gracias a ello, pude acceder al lugar asignado para poder sentarme. Pero antes, intenté elevar mi maletín para colocarlo de manera correcta en aquel altillo. El traqueteo de aquel tren dificultaba dicha acción, y gracias a la ayuda de mi tozudez, finalmente concluí con éxito mi misión para fastidio de aquellos tres seres. Los cuales, gozaban al verme en dificultades. Me senté y en un angustioso e incómodo silencio, nuestras miradas realizaban un gran sobreesfuerzo por no coincidir entre ellas. Para ello, yo clavé mis ojos en dirección a la ventana, ordenándoles que se quedaran estáticos. No distinguía el paisaje, pero daba igual. Por fin mi mente encontró un poco de intimidad, a pesar de que la intimidad siempre corre el riesgo de ser arrebatada. Pasados unos breves segundos, aquel espeso silencio fue golpeado por una pregunta de aquel tipo que aparentaba ser lo que no era, una pregunta que dirigió a la mujer fría y altiva.

– ¿A dónde va? – ¡¡Otra vez aquella estúpida pregunta!! –Me dije- ¡Tal vez fuese lo más literario que sabía decir… – Pensé.

– ¡Obviamente a Corset! – Parecía muy complacida con su irónica y cruel respuesta. Pues aquel tren, tenía un único destino: Corset.

Estaba claro que aquel tipo era un ser muy arriesgado, y nuevamente, volvió a preguntar en un tono titubeante:

– Discúlpeme… ¿A qué lugar de Corset va usted?

– No tengo por costumbre hacer partícipe de mi destino a extraños – con aquella hipócrita respuesta, la altiva mujer, revolcó por el suelo al hombre ridículo -.

– No era mi intención ofenderla, madame. Me llamo Víctor Miler y soy profesor – no tenía suficiente con ser humillado, que además se arrastraba por la humillación pidiendo disculpas -. Y en un intento desesperado por no ser olvidado, dijo:

– Víctor Miler…, madame… Un placer.

Aquel ir y venir de palabras sin sentido, me produjeron una dolorosa e irritante jaqueca. No pude resistirme y le lancé aquella pregunta sin apartar mis doloridos ojos de aquella ventana en la que no se veía nada.

– Y que le causa más placer, ¿ser humillado o ser ignorado?

– ¡¡Tiene usted muy poca educación!! ¡El señor Miler estaba hablando conmigo! – Gritó ella toda enojada -.  

– Querida señora, la sinceridad es muy mal educada… Aprovecho para decirle, ¡qué usted parece una cacatúa esperpéntica!   – Esta vez, sí que aparté mi mirada de aquella ventana en la que no veía nada para poder contemplar su rostro -.

Rostro, el cual, al igual que un camaleón, fue adquiriendo varios tonos coloridos…

Aquella mujer se volvió colorada para convertirse en morada y terminar, finalmente, en un intenso color violeta.

Me pareció que no respiraba…

Continuará…


Anna Val.