Le château: Black and White (III)

07/10/2021 Desactivado Por Anna Val

«¡C’est la vie…!» me dije a mí misma. Pues de la vida alguna cosa sabía, a pesar de que a ella, a la vida, le doliera que yo supiera de ella.

Sin más excusas ni demoras, tomé la decisión de visitar a Julie, expulsando definitivamente al intrusivo y fastidioso aburrimiento que durante unos días se había instalado en mi apartamento sin mi consentimiento, como si de un impertinente pariente se tratara.

Me puse en pie, pisoteando nuevamente y esta vez adrede, todo aquel papeleo que permanecía mudo sobre el suelo y, con paso torpe, debido a que mi cuerpo le costaba obedecer las indicaciones de mi mente, logré llegar hasta la ducha para darme un reparador baño que me ayudara a calmar mi estado un poco embriagado.

Después de un largo rato aguantando el azote del agua, mi corazón logró encontrar una relativa calma, pero lo más importante, mi cabeza quedó totalmente despejada. Finalizada aquella sesión de húmeda aspersión, seleccioné de mi armario algo de ropa que me acompañaría en aquel periodo vacacional que yo misma me había impuesto, ubicándola en el interior de una pequeña maleta. Reservando un vestido largo de tela transparente con el que me vestí para asegurarme un cómodo viaje.

 

Antes de salir en busca de mi auto para poner rumbo a la Gascuña, hice una breve pausa al cerrar la puerta de mi apartamento. Convertida en Gloria Swanson, imaginé que, en aquella estancia vacía, abandonaba a mi amante… «¡No me esperes despierto, tal vez nunca regrese…!» grité en voz alta con gran soberbia. Entonces, me dispuse a bajar la escalera igual que ella lo hizo en aquella mítica escena de la película: «El crepúsculo de los dioses».     

Lamentablemente, mi interpretación fue entorpecida por el desagradable murmullo entrometido que se oía de fondo… ¡La alcahueta casera con su chismoso parloteo, me preguntaba si me marchaba de viaje!

Mi respuesta fue una contundente y afilada mirada para intimidarla. Acobardada, la mal intencionada vieja se refugió debajo de la escalinata escoba en mano.  Seguí andando sin prestarle ninguna atención y fui en busca de mi viejo descapotable que se encontraba aparcado al otro lado de la calle. Lo puse en marcha dando un fuerte acelerón, sintiendo en mi interior un agitado hormigueo que me excitaba, pues sabía que volver al pasado donde nada sería lo que un día fue, se convertía en una aventura un tanto arriesgada pero merecedora de ser explorada.

Ya llevaba unos cuantos kilómetros recorridos y no quedaba ni rastro de la incolora ciudad. Ahora conducía por una carretera secundaria muy poco transitada que bordeaba los tranquilos pueblecitos de la campiña. Bellos paisajes que me miraban con expresiva curiosidad mientras me preguntaba si aquel château que yo recordaba, seguiría escondido entre la espesura de aquellos llamativos y perfumados campos de lavanda y amapolas y de los brillantes viñedos que abrazaban, en un enigmático hechizo, las sosegadas aguas del mágico estanque, refugio de majestuosas aves acuáticas e inocentes pececillos de encendidos colores…

Pronto lo descubriría, pero de momento quería disfrutar de la sensual brisa que cortejaba mi rostro, y que lograba refrescar mis emociones en un gozoso deleite de libertad.

Continuará…


Anna Val.