Retorno a la nada (IV)

18/04/2020 Desactivado Por Anna Val

El propio tiempo, decidió que ya era hora de molestar el descanso de Rosita.

Aquel pasar del tiempo tan inoportuno, que parecía querer torturar el plácido descanso de Rosita Tirado.

Dormida y muy dormida, Rosita advirtió unos molestos golpes que producía una ventana entreabierta y se incorporó con bastante mal humor.

Pudo divisar a través de aquella ventana tan ruidosa unas pequeñas manchas oscuras que aparecían en el páramo de manera muy ordenada.

Rosita no recordaba que, en el pasado, en aquel páramo hubiese nada. Fijó mucho más la mirada, pero nada… La respuesta, seguía invisible en su recuerdo…

Decidió que sería mucho mejor ir personalmente hacía el lugar en cuestión y saciar de una vez por todas, a su insistente curiosidad.

Se puso el viejo y único abrigo de lana encima de su blanco camisón. Abandonando aquella suya habitación.

Al descender las escaleras que la conducirían al exterior de la casa, comprobó que la negra soledad estaba borracha, sentada en aquella mecedora y pensó que sería mucho mejor ignorarla.

Abrió la puerta, cerrándola con un bronco portazo para fastidio de su compañera de borrachera.

El viento empujaba con gran interés a Rosita. El cual, parecía tener prisa para llevarla a lo alto de aquel verde páramo.

A medida que se iba acercando, Rosita empezaba a entender el misterio de aquellas inquietantes manchas.

Ya estaba muy cerca, y caminando entre aquellas manchas las cuales habían adquirido el semblante de largas lápidas, Rosita Tirado, de repente, se vio caminando por un camposanto.

Dio un pequeño y atento paseo. Aquellas lápidas eran todas iguales y la única diferencia eran los nombres esculpidos que descansaban en la piedra.

Empezó a leer con gran curiosidad aquellos nombres propios, que escritos de manera muy artística, reposaban encima de sus lápidas de piedra, piedra gris. Y se dio cuenta con gran asombro, ¡qué no conocía a nadie! Pero en aquel instante, y por vez primera, a Rosita le invadió una grata emoción, se sintió extrañamente muy bien acompañada por aquel montón de nombres de los cuales jamás había oído hablar…

Pensó que era mucho mejor estar rodeada de la compañía de extraños muertos, que rodearse de extraños vivos. Al menos, estos no eran nada ruidosos y, además, gozaban de una gran cualidad, sabían escuchar. Cualidad muy valiosa y en peligro de extinción.

Rosita tuvo la sensación también, qué a sus silenciosos, inesperados y nuevos amigos, les complacía la compañía de ella.

Y justo en aquel instante de complacencia mutua, una violenta e inesperada ráfaga de viento la empujó y la fatalidad, o no, quiso que su largo y deshilachado camisón quedara enredado en una de aquellas lápidas.

Rosita intentando con mucho cuidado solucionar aquella imprevista situación, pensó que era una venganza de aquel anónimo difunto que ocupaba aquella tumba. Tal vez, el anónimo muerto, quería vengarse por el atrevimiento que ella había mostrado en visitar aquel camposanto sin previa invitación.

Nerviosa, al retirar el trozo de tela que se desprendió de su camisón, ¡Rosita quedó impactada! Pues al leer el nombre al cual pertenecía aquella tumba, pensó que era una ironía de la propia muerte.

«AQUÍ YACE ROSITA TIRADO. MURIÓ SIN DECIR NADA»

Continuará…


Anna Val.